miércoles, 20 de septiembre de 2017

Cumplo (aunque tarde, espero que no mal) mi palabra al endodoncista Santiago Castro


Son las 19:22 del lunes 18 de septiembre de 2017 y he conseguido comprobar que el Santiago al que prometí escribir sobre él en este blog se llama Santiago Castro. Anoté en mi cartulina de citas su apellido al lado de su nombre.
Este segundo párrafo lo escribo ya a las 9:44 del miércoles 20 de los citados. Quedé muy satisfecho con su atención, pero lo explico más adelante. Primero quiero relatar que cuando tenga algo más de confianza con él le pediré que me haga una endodoncia cerebral, que le veo muy capaz, y a mí me vendría muy bien. Sí, ya sé: eso no se llamaría endodoncia. Pero yo me entiendo y por hoy no entraremos en más berenjenales (se me ocurre, así de entrada, la entrevista realizada por El Gran Wyoming en "El Intermedio", anoche –19 de los corrientes– en la 6ª, después de la pertinente introducción al programa de las 21 h.), mañana será otro día y, como decía mi madre, verá el tuerto los espárragos.
Bueno, el caso es que le di a don Santiago, Dr. Castro, una tarjeta con la dirección de este blog y le pregunté su apellido para poder referirme a él y me lo dijo al tiempo que lo mostraba en el bolsillo de su bata, pero (por eso necesito la endodoncia cerebral) no empleé la regla mnemotécnica que hubiera usado cualquier persona del común, porque yo debo ser del no podemos, ni evoqué a mis vecinos de cuando vivía en Cáceres que eran de Castro Urdiales) sino que lo relacioné con los castros celtas y... Luego no sabía con qué puñetas (aquí se me vienen a la mente las del traje de mi primera comunión, adornado también con una gran chorrera) lo había relacionado.
Total, que nada más salir a la calle, paré el coche en un lateral de la calzada señalizado para aparcar y que estaba prácticamente vacío y llamé a la clínica para preguntarlo, pero olvidé anotarlo. Un desastre.
En fin, el caso es que ya he podido corroborar que se llama Castro de apellido.
Yo creo que esto me ha pasado porque el día de mi endodoncia, quince de los molientes, digo de los corrientes, era Nuestra Señora de los Dolores y estuve a punto de cancelarlo. Tenía una gran carraspera.
Llegué con tiempo y me tomé un vaso de agua y luego pregunté si podía tomarme un caramelo de miel y limón sin azúcar y me dijeron que sí, pero aquello no paraba, de manera que tuve que buscar una farmacia y allí me dieron un remedio, pero seguía con la carraspera y aquí mi joven endodoncista, me tranquilizó y animó a realizar la intervención. No recuerdo cuánto duró, pero se me hizo corta.
Nunca, en mi vida, me ha atendido ningún otro dentista que me haya hecho sentir tan cómodo mientras él trabajaba con sus herramientas (ya sé que lo de «herramientas» no es lo adecuado, pero así percibo yo siempre los instrumentos de los dentistas en mi boca, quizá se solucione después de la endodoncia cerebral) solventando mi problema.

Son las 12:40 y creo haber cumplido. La próxima entrada, sobre mi gran libro en pergamino, que he de terminar rápidamente. No quiero problemas con su encuadernación.

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