Son las 19:22 del lunes 18 de septiembre de 2017 y he
conseguido comprobar que el Santiago al que prometí escribir sobre él en este
blog se llama Santiago Castro. Anoté en mi cartulina de citas su apellido al
lado de su nombre.
Este segundo párrafo lo escribo ya a las 9:44 del
miércoles 20 de los citados. Quedé muy satisfecho con su atención, pero lo
explico más adelante. Primero quiero relatar que cuando tenga algo más de
confianza con él le pediré que me haga una endodoncia cerebral, que le veo muy
capaz, y a mí me vendría muy bien. Sí, ya sé: eso no se llamaría endodoncia.
Pero yo me entiendo y por hoy no entraremos en más berenjenales (se me ocurre,
así de entrada, la entrevista realizada por El
Gran Wyoming en "El Intermedio", anoche –19 de los corrientes– en
la 6ª, después de la pertinente introducción al programa de las 21 h.), mañana
será otro día y, como decía mi madre, verá el tuerto los espárragos.
Bueno, el caso es que le di a don Santiago, Dr. Castro,
una tarjeta con la dirección de este blog y le pregunté su apellido para poder
referirme a él y me lo dijo al tiempo que lo mostraba en el bolsillo de su
bata, pero (por eso necesito la endodoncia cerebral) no empleé la regla
mnemotécnica que hubiera usado cualquier persona del común, porque yo debo ser
del no podemos, ni evoqué a mis vecinos de cuando vivía en Cáceres que eran de
Castro Urdiales) sino que lo relacioné con los castros celtas y... Luego no
sabía con qué puñetas (aquí se me vienen a la mente las del traje de mi primera
comunión, adornado también con una gran chorrera) lo había relacionado.
Total, que nada más salir a la calle, paré el coche en un
lateral de la calzada señalizado para aparcar y que estaba prácticamente vacío
y llamé a la clínica para preguntarlo, pero olvidé anotarlo. Un desastre.
En fin, el caso es que ya he podido corroborar que se
llama Castro de apellido.
Yo creo que esto me ha pasado porque el día de mi
endodoncia, quince de los molientes, digo de los corrientes, era Nuestra Señora
de los Dolores y estuve a punto de cancelarlo. Tenía una gran carraspera.
Llegué con tiempo y me tomé un vaso de agua y luego pregunté
si podía tomarme un caramelo de miel y limón sin azúcar y me dijeron que sí,
pero aquello no paraba, de manera que tuve que buscar una farmacia y allí me
dieron un remedio, pero seguía con la carraspera y aquí mi joven endodoncista,
me tranquilizó y animó a realizar la intervención. No recuerdo cuánto duró,
pero se me hizo corta.
Nunca, en mi vida, me ha atendido ningún otro dentista
que me haya hecho sentir tan cómodo mientras él trabajaba con sus herramientas
(ya sé que lo de «herramientas» no es lo adecuado, pero así percibo yo siempre
los instrumentos de los dentistas en mi boca, quizá se solucione después de la
endodoncia cerebral) solventando mi problema.
Son las 12:40 y creo haber cumplido. La próxima entrada,
sobre mi gran libro en pergamino, que he de terminar rápidamente. No quiero
problemas con su encuadernación.
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